Colibríes
Huitzilopochtli dijo: “Los colibríes son los valientes que cayeron en combate. Además, son portadores de buenos augurios, atraen el amor y la fortuna, pero en vida, no en muerte.”



El mito de Huitzilopochtli y los colibríes
El brujo estaba al borde de asesinar al diminuto colibrí que batallaba por sobrevivir. Le iba a tomar la vida para crear un talismán y atraer el amor. Traté de rescatar al colibrí, impacté al brujo, pero justo en ese instante se oyó un ruido en el firmamento y todo se volvió sombrío. Al reavivar la luz, surgió un ser asombroso. Un colibrí, sus plumas resplandecían como el jade, y pese a su tuerto, era imponente. Lo más asombroso es que tenía la habilidad de hablar.
Después adoptó un aspecto humano y expresó: Me llamo Huitzilopochtli y soy el dios de la guerra de México. He venido debido a mi ira hacia la humanidad. Al arribar los españoles, luché con valentía, pero me dispararon en el rostro, instantáneamente quedé ciego y perdí un ojo. Después terminaron con mi pueblo.
Ometecuhtli, el origen de todo, me asistió en mi viaje hacia Omeyocan, lugar donde residen los deidades. Me asistió en mi recuperación, y al regresar a la Tierra me percaté de que los recursos naturales, los hábitats de mis colibríes, están en desuso para fabricar amuletos de amor. Los seres humanos son una desdicha y actualmente mi mayor adversario. He vuelto para retribuirme. El brujo se expandió, y yo, debido al susto, caí de pie. “Los colibríes son los valientes que cayeron en combate”, dijo Huitzilopochtli. “También son portadores de buenos augurios, atraen el amor y la fortuna, pero en vida, no en muerte. Si los observan bien, verán que son verdaderos guerreros por naturaleza. Aunque pequeños, poseen una gran fuerza y siempre luchan para proteger su territorio.”
“Los dejé en América, porque es la tierra más hermosa. Son seres únicos. Cuando me fui, dejé 331 especies en buen estado, y en México, 58 de ellas, algunas migratorias, 17 en total.
Son uno de los principales polinizadores. En un solo día, consumen su peso en néctar. Su vuelo es extraordinario, comparable al de los dioses: baten sus alas hasta 200 veces por segundo y pueden volar hacia atrás o mantenerse suspendidos en el aire. Cuando los españoles los vieron, los llamaron “pájaros mosca”, pero son mucho más que eso. Pueden alcanzar una velocidad de hasta 70 kilómetros por hora, y durante la temporada de reproducción, algunos logran llegar a los 130 kilómetros por hora en picada.
Sus flores preferidas son las de forma tubular, especialmente en tonos rojos o amarillos. Al crearlos, les di un corazón grande para que pudieran bombear rápidamente y obtener todo el oxígeno necesario para volar a esas altas velocidades. Además, les otorgué un cerebro proporcionalmente grande en relación a su tamaño, para que pudieran recordar la ubicación de las flores, cuándo producen néctar, y también para que pudieran seguir su ruta migratoria desde Alaska hasta México. Les concedí una vida larga, entre 12 y 18 años.

Desde el Omeyocan, escuché los suaves sonidos que los colibríes emiten con sus gargantas, llamándome. El colibrí Coqueta de Atoyac llegó hasta allí, y al batir sus alas, emitía un sonido semejante al de una armónica, creado por el viento que golpeaba sus plumas. Con desesperación, me dijo que sus hermanos estaban en grave peligro. Su hábitat, el bosque tropical de montaña en el Estado de Guerrero, se ha reducido a apenas 40 kilómetros cuadrados, debido a la destrucción causada por los humanos.
También me habló del Cola Hendida, cuyas tierras en las dunas costeras de la Península de Yucatán han perdido la mitad de su extensión original a causa del crecimiento urbano. De las 350 especies de colibríes, el 10 por ciento está amenazado, y en México, el 20 por ciento está en peligro de extinción. Es una vergüenza que en la tierra de los Mexicas no se respeten los recursos naturales ni a todos los seres vivos.